Bien podríamos evaluar detenidamente nuestra vida y sopesar nuestro valor y fe. ¿Tenéis que enfrentaros con algún Goliat? ¿Tengo yo que enfrentarme con algún Goliat? ¿Se interpone ese Goliat entre vosotros y la felicidad que deseáis? Quizás vuestro Goliat no lleve consigo una espada, ni os insulte en público para obligaros a tomar una decisión a causa de la vergüenza de que otros escuchen el desafío. Tal vez no mida tres metros de altura, pero es probable que se os presentará en una forma igualmente formidable, y el callado desafío que os extienda os podrá acarrear abochornamiento.
Para unos el Goliat se verá representado en el subyugante vicio del cigarrillo o en el insaciable deseo de ingerir alcohol. Para otros quizás se manifieste en el defecto de una lengua desenfrenada o en un egoísmo que cause despreciar a los pobres y a los oprimidos.
La envidia, la codicia, el temor, la pereza, la duda, el vicio, el orgullo, la lascivia, el egoísmo, el desaliento: todos estos pueden constituirse en los Goliats de nuestra vida.